CRÓNICA PATEADA 175

Maceira – Fofe – Serra do Suído (Covelo) 18/10/2014. 

 Pasaban de las diez y media cuando llegamos dieciocho almas a la playa fluvial de Maceira, en el Río Tea, cerquita del camping.
 A la salida, vinieron a despedirnos un grupo numeroso de cabras, su pastor y el perro. Entre los beee… se sobreentendía una frase “diiiceeeen que las cabraaas somos nosoootraaas”. Pronto dejamos el asfalto para incorporarnos al monte. Mucho monte, tojos que no falten, ¡con alegría!. En media hora nos pusimos en un pueblecito donde solo vimos un asombrado vecino, que veía como una hilera de marcianos interrumpían su tranquilidad. Chicoleiros, creo que se llamaba. El pueblo, no el vecino. Este vecino debía tener contactos con el clima, que las maldiciones que nos echó con la mirada, se tradujeron en lluvia. Debió sentarle muy mal, porque no paró de llover hasta casi la hora de comer.

 Compartimos camino con regatos hasta llegar a otro pueblecito con encanto, donde debía hacer poco viento y las puertas estaban siempre quietecitas. Portaparada, se llamaba. Había una pequeña iglesia donde repetimos foto de grupo cantando bajo los paraguas. Costó más que de costumbre, la foto, pero al final saltó. Tenía un defecto en el atril de soporte que afectaba a la cámara. Esa fue la excusa del fotógrafo para tenernos juntitos a las puertas de la iglesia. Como las cabras tiran al monte, allá que nos fuimos. Bajamos el ritmo en un puentecito compuesto de piedras estratégicamente situadas a intervalos regulares que nos permitían cruzar el Tea. Pasos de Lourido, creo recordar que los llamaban. No era fácil, el río llegaba a desbordar por encima de alguna y el equilibrio no respondía como debiera. Pasamos todos sin caernos. 
 Alternamos camino con asfalto hasta el ensanche de Covelo-Barciademera. Desde aquí descendemos un angosto camino que nos lleva a lo impredecible. El guía se ve muy animado. No hacía frio, pero a alguno le temblaban las piernas. El camino se intuye, no se ve. El tojo más bajo llega a la cintura. En el grupo había gente de distintos puntos geográficos, Pontevedra, Coruña y Andalucía, por lo que las expresiones no siempre se interpretan correctamente: “¡Cuidado que estos tojos, pican un huevo!” dice una voz gallega, intentando avisar de lo mucho que pican. “¿Y qué pasa con el otro?”, se pregunta una voz andaluza.
 Entre preguntas y comentarios, conseguimos llegar a la iglesia de un tal Piñeiro, que nos esperaría con una sopita caliente y un buen tintorro. Al menos es lo que esperaba el grupo, a juzgar por los comentarios de uno que gritaba… vamos que en la capilla comemos. No fue así, la iglesia estaba cerrada, corría brisilla y el suelo estaba mojado. Terminamos comiendo en el soportal de un local social tirados por el suelo.
 Quince minutos nos llevó comernos las provisiones. Sobre las tres menos cuarto estábamos en dirección al cementerio del mismo Piñeiro. Desde allí comienza la subida al Calvario. Ellos lo llaman Poza de Piñeiro. Pero los tojos de martirio de todo el camino dicen otra cosa. Por si no fuese bastante, añadieron: “carqueixas, uces, queirugas, piornos e pereiras bravas”. Incluso inundaron el camino en un tramo para purgar culpas. Una vez pasada la presa, crecía la diversión. Un río, no muy caudaloso pero con fuerte corriente, nos retó a pasar, y pasamos; alguno quiso llevar un recuerdo del encuentro con el río dentro de las botas.
 El siguiente punto caliente estaba unos kilómetros más arriba. Poco antes de llegar al río, con el suelo repleto de hierba y tojo, no se veía una alambrada a escasos centímetros del suelo. Un congostreño con gran apego a un paraguas, tropieza en el alambre y… ¡hostión fino contra los tojos!. Le preguntan, “¿te pasó algo?”. Como respuesta, saca de debajo de su pecho un maltrecho paraguas doblado por la mitad, como si fuese un japonés que se despide del mundo. La cara del dueño era un poema, casi hacía pucheros, como cuando a un niño se le rompe su juguete preferido. Muchos años y muchas aventuras juntos. ¡Cuidado!, que ahí hay un alambre que rompe los paraguas, avisa el afectado con la voz entrecortada.
 El siguiente reto era cruzar el río. Llegados al río, los más adelantados comenzaron a dar vueltas en torno a un punto, como hacen los perros antes de cruzar, miran a un lado, miran a otro, retroceden… para finalmente lanzarse al río. Por fin apareció una solución. Un avezado marinero se atrevió a subirse a un arbolito y de un salto pasó al otro lado. El segundo fue el guía y seguidamente con un poco de ayuda fueron saltando todas cual gacelas. Todas menos una que estaba “un poco fondona”. Había paparazzis por si requería inmortalizar el evento pero no hubo suerte. El grupo comenzaba a amotinarse. 
“O Foso do lobo” parecía un camelo para traernos arrastrados por los tojos. Los que se libraron de las avispas, no tuvieron suerte con los tojos. Apareció el monumento a los lobos caídos. Estaba en mejor estado que los lobos. También visitamos un “chozo” o casita de verano de los pastores. Algún aprovechado quiso hacer negocio alquilándolo para pasar el verano, pero sin piscina era difícil
. Ahora solo era bajar. Subimos algún falso llano que otro y nos topamos con varias pequeñas manadas de caballos. Finalmente la playa fluvial de salida. Alguna no se lo creía.
 Lo mejor de la ruta fue el furancho, seguramente de Piñeiro, donde tomamos callos gratis y tortillas variadas: una con trazas de pimiento, otras con rodajas de chorizo y otra con cebolla. Una delicia regada con tinto joven. También había blanco y re-frescos, sobre todo uno, que se zampó dos raciones de callos por el morro. Con tanta lluvia y el calor, incluso nos creció el dinero, que sin saberlo, al contar tañíamos más del que pusimos. Desde aquí… cada mochuelo a su olivo. ¡Hasta la próxima! Abur…

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