CRÓNICA PATEADA 178

Teverga (Asturias) 6,7 y 8/12/2014 

Día 5: La reunión. Cada uno se fue desplazando según ha podido en horario y recorrido. Los asturianos nos recibieron en el puerto de Ventana, a una altitud de 1.587m. Se les debió quedar abierta y estaba hecha una pena, toda pringada de nieve. Tuvimos que usar cadenas para estar a la altura. Alguno que no traía, no pudo pasar. Otros lo hicieron por otra carretera cerca de Oviedo y tuvieron más suerte. Los más madrugadores llamaban de vez en cuando para preocuparse… por las provisiones que iban en mi vehículo, claro. 

 Día 6: La toma de contacto. Amanece el día frío, la nieve cubre el pueblo.
 Un conductor, que peca de sensato, no se atreve a bajar el coche por las cuestas heladas del pueblo, “un cagao”. Otro conductor más atrevido, jaleado por el grupo, se atreve y el coche se descontrola un poco, casi da un morreo al muro de la casa. Una vez inmovilizado el vehículo con piedras en las ruedas, se llama a la dueña de la casa para avisar de que dejábamos obstaculizado el camino. En unos instantes llega su marido y comenta: ¡Puedes dejarlo, pero si quieres “sácotelo” yo! Abre la puerta de corredera del garaje, dejando ver un flamante Land Rover con defensas cromadas. Todos pensamos: ahora lo remolca a lo MacGyber. Pero… saca de atrás del 4x4, dos cepillos de barrendero, nos da uno y se puso a barrer : “limpiar pa los laos y en un momento ya bajáis”. El cepillado fue efectivo. Bajamos los coches vacíos, los ocupantes a patitas, luego entraron.
 Una vez en la carretera, nos dirigimos a Teverga para hacer la ruta de Cueva Huerta. Antes de la cueva, estaba El Parque de la Prehistoria, donde divisamos unos tranquilos bisontes paciendo en una finca. La cueva resultó ser una gruta natural, llena de invisibles murciélagos, que el agua fue excavando a lo largo del tiempo. La visita solamente se puede hacer supervisada por una guía y escondidos bajo un casco naranja con luz de minero (algún cabezón lo agradeció). Comenta la guía que hay mucha profundidad, pero solo pueden ir los espeleólogos profesionales, los aficionados visitan la primera altura. Nada, lo de todas las cuevas: frio, agua, estalactitas, estalagmitas, tres euros de rollo y poco más.
 La lluvia no nos deja en todo el día. Los caminos están embarrados, pero el paisaje es precioso. Comimos al abrigo de la fachada de una cuadra abandonada. No entramos, no queríamos familiaridades con las garrapatas. Después de comer, la cosa se anima, seguimos subiendo hasta un monte nevado con un poste metálico cerca de La Focella, donde nos recibe la nieve.
Como el día es corto, nevaba y subía niebla decidimos bajar. Antes de las seis ya estábamos en el “ pueblo ejemplar asturiano” de dos mil trece, debió de portarse muy bien… Hay que hacer la cena, comerla y dormir para estar fresco al día siguiente. Lo mejor: el postre de arroz con leche con canela de Vietnam, ¿ o era pimienta ?.

 Día 7: La gran nevada y derretida. Dejamos los coches en un claro de la montaña, cerca de la carretera. Nos dirigimos a ver el Hayedo de Montegrande, La Cascada del Xiblu y La Braña Las Navariegas, para terminar otra vez en La Foceicha.
 Gran parte del camino estaba acondicionado para cualquier caminante de bajo nivel. La Cascada era agua que caía a gran altura y si estabas cerca te mojaba, pero a la gente le gusta hacerse fotos con ella de fondo. El camino hasta Las Navariegas, ya era de postal de invierno. Seguimos unas pisadas de raquetas marcadas en la nieve. No encontramos a los tenistas. 
Los árboles soportaban grandes cargas de nieve adherida a sus ramas. Algún gracioso golpeaba casualmente alguna a nuestro paso para ver la reacción. Llegamos a la braña sobre la una. Todo blanco, con la excepción de unas puertas negras que daban paso al interior de unos montículos de nieve. Nos cobijamos en una casita de piedras con tejado de paja y allí comimos. Era temprano, pero no sabíamos si encontraríamos otro lugar mejor. En la bajada hubo una guerra de bolas de nieve.
 No había buena puntería. Como la bajada era aburrida, algunas jugaron a un juego muy conocido en esos lugares: consiste en deslizar los dos pies a la vez, dejando atrás las posaderas hasta que toquen suelo, en cuanto lo toquen, levantarse rápidamente y otear a todas partes para contar cuantos te han visto. Gana quién lo haga más veces.
 Llegamos a un pueblecito de casas contadas, La Foceicha, creo que era. Su estado es claramente mejorable. En el pilón comunal descansamos un rato mientras algunos aprovechaban para comer el resto que les quedaba.
 De regreso, divisamos un peral que lucía su fruto a gran altura. Un congostreño, loco de la fruta silvestre, le propuso un trato: algunas peras a cambio de su bastón de montañero. El árbol aceptó encantado, pero después de obtener la fruta, el congostreño se arrepintió y se lo cambió por un palo del camino. Sobre las cinco y media, ya estábamos en los coches, cambiándonos la ropa mojada.
 Esta vez tomamos unas cañas en el Bar Manolo al pie del pueblo, luego a preparar la cena otra vez.
 La cena consistía en aprovechar lo no comido el día anterior, así, las judías se convirtieron en menestra; la lechuga y el tomate se aliñan con mayonesa; las cebollas, patatas y huevos se mezclaron en tortilla; y la carne y macarrones sobran por todas partes… Todo estaba muy rico, pero la tortilla, lo mejor. Sería perfecta si tuviese la cebolla un poco menos quemada. Sería un detalle si estuviese un poco más cuajada. Sería sublime con una pizquita más de sal.

 Día 8: La despedida. Como no había mucho tiempo, se decide una ruta corta y lineal.
Los conductores harían el retorno antes y recogerían a los demás en el destino. Una bicicleta amarilla atada a una farola preside la entrada a la ruta de la Senda del Oso. La ruta era toda cementada y resbaladiza. Atravesamos varios túneles goteantes y a oscuras. Llegada la hora establecida, cuatro conductores retroceden por la senda: dos a paso marcial, uno a trote borriquero y el último a su bola.
 Paramos varias veces en varios lugares posibles para localizar a los demás. Cómo lo haría un oso hormiguero en busca de sus amiguitas.
 Fueron a aparecer en un gran aparcamiento pasados varios kilómetros del pueblo acordado. La cabaña turística de DEPORVENTURA estaba cerrada. Los osos estaban encerrados en un vallado y parecían mansitos.
 Comimos en el restaurante Craslavilla, justo en plena feria de Proaza: fabada y ensalada de primeros y solomillo al cabrales y rabo de toro de segundo.

 Desde aquí… cada mochuelo a su olivo. ¡Hasta la próxima! Abur…

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