CRÓNICA PATEADA 181



Vilaboa (Pontevedra) 07/02/2015





Seguimos las recomendaciones de la guía. Después de las siete rotondas y un paso de peatones, conseguimos aparcar en el recinto del Bar Anxo. De aquí salimos y aquí regresamos.

Daban las nueve y media cuando despegamos veinticinco caminantes. Tomamos un sendero de tierra pisada franqueado por erguidos árboles. Rodeamos la costa evitando las nuevas construcciones y a la maquinaria en faena.

En menos de media hora ya estábamos adentrándonos en bosque autóctono para encontrarnos con las salinas, luego con un gran paseo empedrado a lo largo de la costa. Cruzamos la ría por un estratégico puente, que más que puente, parecía un camino de piedras elevadas sobre las aguas, y sin protecciones laterales.

Este puentecito, nos deja en un sendero con el nombre del canto de las ranas: Croa, y de este, a la carretera asfaltada de Toural, justo enfrente a una churrasquería, pero como no eran horas, seguimos caminando.

Bordeamos unas cuantas fincas vecinales y cruzamos algún pueblecito para adentrarnos en el borde de un modesto río al que llaman “Rego de Sidral”. Una vez abandonado el río, subimos monte arriba observados por unos estilizados árboles y compartiendo el camino con vivarachos regatos.

Daban las doce cuando la guía cedió al eco de las voces que repetían: ¿Cando comemos? Casi sin excepción se desenvainaron los plátanos. Las más osadas sacaron galletas y chocolates.

Media hora más tarde nos encontramos con un enorme cercado repleto de árboles deshojados. ¿Qué son? Preguntó una curiosa. “Castiñeiros”, contestó alguien.

Atravesamos la finca para encontrarnos con un lago en un entorno arbolado y alfombrado de hierba verde, típico de los merenderos. El lago, por una de esas casualidades de la vida, se llamaba Lago de Castiñeiras.

Unos aburridos patitos nos observaban mientras cruzábamos el parque por unos senderos, envidia de los adoquinados romanos. Allí nos encontramos con el Aula de la Naturaleza de Cotorredondo, en pleno centro del parque.

No paramos, cruzamos pisando hojas secas hasta la parte alta del parque, justo en el corazón de la península del Morrazo. Según nos situásemos, tendríamos Marín a la espalda y Vilaboa de frente. La vista de  la costa era preciosa, pero intentamos mejorarla subiéndonos a una construcción de varias plantas pero estaba cerrada.

Aunque ya habíamos visto ruinas de molinos en el río anterior, repetimos en el “Rio Maior e o Regato Portiño”. Dicen que hay hasta noventa molinos, pero solamente rehabilitaron treinta y cuatro.

Comimos en el molino veintisiete, que convergía con una carretera y un pequeño merendero a las orillas. Eran casi las tres y las mesas, aunque ladeadas, hicieron el servicio. Casi entramos los veinticinco en tres mesas.

Terminadas las existencias, fuimos a por los restantes molinos de paso que nos dirigíamos a Vilar. En sus montes se encontraba un sendero de petroglifos. Localizamos dos ubicaciones con petros, los glifos nos costaron un poco más.

Había dos teorías: la primera era que los que marcaron el sendero, tenían ya los letreros elaborados y en el primer montón de piedras que encontraron, limpiaron el musgo y clavaron el letrero; la segunda y más plausible, era que los petroglifos eran muy antiguos y estarían difuminados con el tiempo.

Basados en la segunda teoría, algunos miembros del grupo, se decidieron a realizar una inspección más exhaustiva. Como resultado, una mente preclara consiguió ver algo y lo anunció en alto. Acudieron varios jueces para dar fe de la aparición. Sí, comenta uno, se ve como una vaca moviendo el rabo. Es cierto, comenta otra, es de color azul. ¡Coño, si es la vaca de Milka!, termina diciendo.

Volvemos al camino pasando un túnel de mimosas, luego un puente sobre la autopista nos lleva al punto de salida. A las cinco y media damos por finalizada la pateada y con derecho a caña.

El bar estaba repleto de caras estáticas con la vista fija en el televisor. Estaba jugando el Madrid-Athletic. Hasta el final del partido no pudimos conseguir asiento para todos.

Casi finalizada la tertulia la congostreña identificadora de la vaca de Milka, comenta que ha perdido las gafas…Los buscadores de gafas se pusieron en marcha detonados por las palabras: gafas y perder.

Algo me hace sospechar que lo de perder las gafas, es algún tipo de código secreto que aún no he descifrado.



Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

¡Hasta la próxima! Abur…

No hay comentarios: