CRÓNICA PATEADA 203





Soajo – Adrão- Paradela (Parque Nacional Peneda-Gerês -Portugal) 16/04/2016



Pasaban las diez y media, estábamos preparados en el parking bajo los hórreos de Soajo, también conocidos como Espigueiros. Esta vez cumplíamos la mayoría de edad. Éramos en total dieciocho participantes. La idea es seguir el triángulo que componen Soajo – Adrão- Paradela



Nada más cruzar Soajo, nos quedamos embelesados con las vistas. Gran trabajo de rehabilitación de la piedra. Tanto de las casas como del empedrado de las calles. Hay una placa “Homegagem” que reconoce estos méritos a los habitantes en mil ochocientos treinta y siete.



El despiste hizo su trabajo. Un congostreño, que se supone veterano, se quedó observando la belleza y fotografiando cada piedra. En un cruce sin visibilidad, no señalizado, donde el camino se volvió angosto, el grupo notó que faltaba uno. Un voluntario retrocedió hasta encaminar al descarriado. (Moraleja: nunca pierdas de vista el culo del de delante, y si te quedas avisa).





Ya fuera de Soajo, la estampa era bucólica. Los caminos amurallados por piedras en equilibrio, sin más sujeción que la habilidad y coronados de musgo. El suelo con piedrecitas colocadas estratégicamente para se pueda seguir el camino sin que el agua llegue a las rodillas. Aunque los no experimentados, confunden las piedras con unas sobrasadas marrones reblandecidas con el agua. Cuando se dan cuenta, ya es tarde.



Ni siquiera había pasado una hora, cuando los caminantes comienzan a entrar en calor y necesitan desprenderse de alguna prenda. Lo normal es quitarse una prenda intermedia, es decir, no la camiseta en contacto con la piel, ni el chubasquero, ya que está lloviendo. Se dan aquí tres corrientes:



-       La que, con una mano sujeta el paraguas, con la otra desabrocha el chubasquero, desabrocha el polar y descuelga la mochila del mismo lado y quita las mangas. Vuelve a introducir la mano en el chubasquero, dejando fuera el polar. Cambia de mano y repite la operación, quedándose con el polar suelto. Todo ello sin perder la marcha.



-       La que, con una mano sujeta el paraguas, con la otra desabrocha el chubasquero, el polar y la mochila. La mochila pierde el equilibrio y se le cae del hombro sobre las rodillas; para sujetar la mochila, suelta el paraguas, que se le va al suelo, el viento le lleva el paraguas, corre detrás del paraguas, tropieza en la mochila y aterriza a lo largo del enfangado camino.



-       La que se deja de malabarismos y cierra el paraguas, pone la mochila sobre un muro, se quita el chubasquero y el polar, se vuelve a poner el chubasquero, la mochila y retoma el paraguas.



Llegamos en apenas una hora  a una pequeña pero caudalosa catarata. Después de las debidas fotos testimoniales y las precauciones necesarias para no caerse en las resbaladizas rocas, seguimos camino.



Desde el camino, se pueden contemplar, siguiendo el curso del río, laderas trabajadas para el cultivo,; están dispuestas en un sistema de escalones, llamados socalcos. Este sistema de cultivo, es muy antiguo, también se conoce como terrazas o bancales, se da en el norte de Portugal y Galicia (Ribeira Sacra).



Valles cargados de árboles entre la niebla y el río al fondo es una vista frecuente, también los caminos que ocultan el suelo bajo las aguas. La lluvia y la niebla son fieles compañeros, no nos dejan hasta el final de la jornada.



En la zona de la “Branda de Murço” nos encontramos con unos curiosos iglús construidos de madera y forrados de plástico. De un lado de la pared salía una humeante chimenea de acero, y de la ventana salían dos caritas infantiles cargadas de curiosidad.



Como ocurrió en su día con Dinio, que lo confundía la noche, un tramo del camino nos traía confundidos. El guía se había adelantado por un sendero entre retamas (xestas) que no lográbamos encontrar. Unos optaron por seguir el olor del caldo calentito que portaba el guía, y otros por el instinto de no picarse ni mojarse más de lo debido. Lo logramos todos.



En un sendero de tierra, ya más despejado, nos encontramos con un caballito bicolor. Era el típico caballo que tienen los indios en las películas: marrón con grandes manchas blancas. Precioso.



En la iglesia “Senhora da Paz”, en un recinto que seguramente utilizan para festejos religiosos, bajo un árbol que la niebla le daba un aspecto tenebroso, nos tomamos el plátano para que se callase un pelma que llevaba dos horas pidiendo de comer.



Aún no terminamos la ración, cuando el tiempo dio muestras de enfado. Nos cae una lluvia fuerte aderezada con fuertes rachas de viento. Nos cubrimos contra el muro de la iglesia para soportar la virulencia. Cuando se cansó, nos piramos.



De camino, por la carretera asfaltada nos topamos con un grupo de vacas que opinaban sobre la política española: la opinión consistía en levantar el rabo y dejar constancia. Esta carretera nos lleva al centro de Adrão, donde una cuca capillita, con un vistoso reloj en la fachada, nos recuerda que vamos tarde. Marcaba las doce y cuarto, cuando eran las trece y veinte.



Cruzamos el pueblo y sus laderas de cultivo por los sufridos caminos bajo la atenta mirada de unos pencos de baja estatura. La vista completa de una ladera con los cultivos verdes y las coloridas casas integradas, ofrecían una estampa de postal.

Nos toca una zona de “cardio”, como llaman los culturetas a los ejercicios de resistencia. Tomamos un sendero entre pinos ligeramente empinado. Cuando creíamos que se había acabado, bajábamos otro tanto. Volvíamos a tomar otro idéntico con los mismos resultados. Así hasta tres veces. Los incrédulos se preguntaban si no estábamos repitiendo el mismo tantas veces solo para ver si se descolgaba alguno.



Llegamos a lo que se supone un mirador, aunque la niebla nos lo negaba. Lo llaman “Marcos Cabeço da Trapela”, creo.



Ya en la cima, la niebla nos oculta la belleza de las vistas, y de paso el camino. Para dar vidilla al recorrido, el guía deja irse a unos confiados entretenidos hablando de las bondades de Rajoy, seguramente. Cuando llevan casi un kilómetro, el guía, consulta a los antepasados indios que habitan en un endemoniado artefacto que lleva consigo. ¡Advierte! ¡Vamos mal, hay que dar vuelta! La tropa se arremolina y las figuras se mueven entre la niebla. Un congostreño aficionado al pastoreo, corre a la cabeza para “arrejuntar” el rebaño.



Al  ver que  lo de cabeza no volvían, el guía decide seguir la senda de estos a la  espera de que se pueda  retomar el camino correcto más adelante.



Como el sendero parecía facilón, el pastor se queda a realizar unas labores de “desmeo”, necesarias para la buena marcha. El retraso le supone perder de vista a la tropa y toparse con una destartalada cuadra, con un único caballo. ¡Joder, me retraso un poco y se pierden todos! Replica enfadado.

Debía ser el idioma, que el puñetero caballo no daba un:

¿Has visto un grupo pasar por aquí? Le pregunta. El caballo afirma con la cabeza.

¿Se hay ido por aquí? Señalando a la derecha. El caballo afirma con la cabeza.

¿Quizás se han ido por aquí? Señalando a la izquierda. El caballo afirma con la cabeza.

Hubo que hacer uso de las señales de humo actualizadas para volver a localizarlos.



Llegamos a Paradela pasadas las cuatro, el plátano ya no existía. Encontramos un curioso establecimiento: Café mercería, Paradela. Un local que sirve tanto para un roto como para un descosido.



Es el local de ocio donde la “juventud” del lugar pasa las horas muertas pensando. Los primeros en llegar, se sientan en unas bonitas sillas de madera barnizada y a juego con la mesa, hasta cuatro me pareció contar. El resto se acomoda en unas sillas de plástico de publicidad de color amarillo. Un congostreño veterano, confraternizó con la pandilla. Era un sitio tan acogedor que el guía se buscó una excusa para tener que volver. Se dejó el bastón.



Llegamos a una pequeña capilla, “Senhora da Boa Viagem”, al lado de la carretera asfaltada. Tomamos monte a bajo y campo a través, por caminitos que ya las  vacas habían abandonado. Incluso, en uno de esos caminos, hay indicios de vida extraterrestre. Una construcción de piedras, en forma de iglú o de panal de abejas de más de dos metros y medio de altura, parecía habitada.



Nos encontramos con un cruce de carreteras asfaltadas donde cada cruce indica que falta poco para llegar a los “Espigueiros do Soaje”, destino al que nos dirigimos.



Una gran jaula con pájaros exóticos llama la atención del grupo. Más adelante, unos años se quejan en una cuadra: bee, bee, bee….. Se trata de corderitos, que también se conocen como años, no que se quejen durante trescientos sesenta y cinco días.



Cuando llegamos al pueblo de “Cunhas”, justo en un camino llamado “Eira da Raposa”, una congostreña se fija en un rosal, que curiosamente era de color rosa. Su dueño nos observa desde el interior, así que le preguntan por el florido arbusto. “a rosa é da Holanda, eu trouxe-ma, sim senhora” También llega un agradable olor a comida y varias congostreñas discuten sobre el guiso, una que caldo y otra  que pollo,  para salir de dudas le preguntan al señor,  y este les dice que no es él, que es el vecino. Al pasar vemos  que prepara la comida para los perros.



Llegamos al “Miradouro de Cunhas”. Allí se decide sacar una foto de grupo. Un congostreño contento como niño con zapatos nuevos, porque se había creado una cuenta en Facebook, dice: “Quítame de perfil, que es para el “feisbu”. Una congostreña reciente, con gran sentido del humor, le comenta: No te preocupes que te paso yo una por WhatsApp. Es una figura muy chula que va moviendo los bracitos así, explica imitando a un monito sobre una cuerda. El del perfil, no ve cómo encaja en Facebook, pero como es nuevo en esa guerra, acepta el ofrecimiento hasta encontrar una solución.

Unos kilómetros más adelante, se crea otro malentendido con una valla y unas vacas. No se sabe si salían o entraban.

Despues de muchos prados, regatos y riachuelos, llegamos a divisar una figura en el horizonte. Eran los hórreos llamados espigueiros de dónde habíamos partido. Subimos a visitarlos y fotografiar la hazaña. Eran las siete y media cuando los vimos. Minutos más tarde estábamos sequitos en el bar de “O Jovem” donde nos sirvieron lo que tenían de existencias. Las tapas quedaron encargadas para la próxima. Algunas se consolaron comprando pastelitos…



Todo muy rico…



Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

¡Hasta la próxima! Abur…

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